Para quienes miramos los ritos y las tradiciones de la Iglesia Católica desde afuera, el voto de castidad que deben adoptar sacerdotes, frailes y monjas es percibido como un mandato extremo, y hasta casi antinatural. Renunciar a los vínculos sexo afectivos es simplemente uno de tantos votos a los que se deben someter quienes desean seguir una vida de oración y servicio a Dios, pero es sin dudas una de las imposiciones más severas. Si bien su cumplimiento ha sido altamente irregular a lo largo de la historia, en los hechos ha funcionado como una barrera infranqueable para los hombres y las mujeres de buena fe con vocación religiosa, pero que entienden que no podrían vivir de esa manera.
Para hombres como Daniel Genovesi (55), esa decisión ha sido literalmente un parteaguas en su vida. Nacido en Venado Tuerto, Santa Fe, Genovesi es desde 2019 el Obispo Anglicano de Uruguay​, la máxima autoridad de esa iglesia en el país. También está casado con Mercedes (51), y es padre de dos hijas, María Carla (24) y Camila Genovesi (21). Sin embargo, previo a todo este recorrido, fue un joven sacerdote católico al cual en un momento se le presentó la disyuntiva de elegir entre una vida de celibato, o una vida de familia.
“Yo formaba parte de un grupo juvenil de la Catedral de Venado Tuerto, y alrededor de los 16 años sentí por primera vez el interrogante si debía ser sacerdote. Tras vencer mi resistencia inicial, entré al seminario y nueve años después, en 1990, fui ordenado sacerdote”, explica Genovesi a Clarín desde Montevideo, donde vive con su esposa. Una de sus hijas vive en Buenos Aires, mientras que la otra está estudiando en Estados Unidos​.
A lo largo de sus primeros cuatro año de ordenado, su vida parecía estar encaminada. Era secretario del obispo, y vivía en el obispado. Su labor allí, sumado a otras actividades, le resultaban satisfactorias, y nada hacía suponer que su horizonte se modificaría. Pero fue en el transcurso de su trabajo pastoral que se toparía con Mercedes, su actual esposa, y el camino que había elegido para su vida se vería de golpe trastocado. Tal vez lo más singular de todo es que, en ese momento, ella era la Hermana Mercedes.

El trabajo conjunto fue dando lugar a una amistad, y conforme fue pasando el tiempo, el joven sacerdote empezó a tener dudas sobre si realmente quería una vida célibe, o una vida de familia. “Sabía que no quería algo ambiguo ni escondido. Así que cuando tomé la decisión y ella aceptó, al día siguiente se lo comuniqué a mis superiores”, remata Genovesi.
La jerarquía le recomendó que se tomara unos días para pensarlo, pero el retiro no modificó su opinión, y ratificó su decisión al volver. Al despedirse, el obispo le dijo que él percibía que tenía vocación para el sacerdocio. La respuesta de Genovesi fue directamente al centro de la cuestión que lo atravesaba: “Yo también lo creo. Sólo que esto también es parte de mi vocación”.

El obispo anglicano Daniel Genovesi es la máxima autoridad de la Iglesia Anglicana en Uruguay. Pero anteriormente, fue un sacerdote católico que debió elegir entre el celibato o la vida en familia (Andres D'Elia).
Para dos exreligiosos, dejar atrás la Iglesia no sólo significa renunciar a un modo de vida, sino también insertarse en la sociedad civil, con todos los desafíos laborales y económicos que eso conlleva. A esto hay que sumarle que sus vínculos e historia laboral están ligados a una institución que no ve con buenos ojos ofrecerles trabajo en sus propios ámbitos.
Genovesi se dedicó primero a la docencia en los niveles secundario y universitario, y luego de recibirse como psicólogo, trabajó como terapeuta. También obtuvo un MBA en Dirección de Recursos Humanos, mientras su familia iba expandiéndose con el nacimiento de sus dos hijas. También le nació la vocación de escribir, y en 1996 publicó una novela corta llamada El poder oculto, un policial ambientado en el Vaticano.
En el medio del trajín de su nueva vida, los remanentes de la anterior parecieron evaporarse en el aire. Dejó de asistir a toda comunidad religiosa. Fue un par de veces a misa, pero por dentro se dedicaba a criticar todo lo que decía el oficiante. “En mi caso, podría decirse que mi fe casi se extinguió. Tal vez era lo que necesitaba para purificarse y resurgir”, explica Genovesi. Fue recién en el año 2001, ocho años después de que dejara el ejercicio de su ministerio, que la vocación de servicio sacerdotal volvió a prenderse en él.
“Estaba feliz con mi vida familiar y no veía cómo podía conciliar esto. Fue gracias a la visita de un sacerdote que volví a considerar acercarme a la comunidad anglicana. Y al día siguiente empecé a asistir a la parroquia San Salvador en Belgrano”, detalla Genovesi, quien comenzó un proceso vertiginoso que lo llevó en el espacio de poco menos de dos años a casarse por iglesia con Mercedes en ese templo, y a recibir las órdenes ministeriales de parte de la jerarquía anglicana. En 2004 se convirtió en párroco en la Parroquia San Marcos en Hurlingham, y también siguió trabajando como terapeuta y como director de estudios en un instituto de nivel superior en Palermo.
Si bien su situación se había encaminado de manera tal de conciliar su vocación religiosa y familiar, había muchos otros como él que no habían logrado alcanzar ese estado. Por algún motivo, la situación de estas personas, que había sido también la suya, rondaba su mente la tarde del 13 de marzo de 2013, cuando la fumata blanca que emanaba de la Capilla Sixtina en Roma indicaba que la Iglesia Católica tenía un nuevo Papa. Sin pensarlo mucho, Genovesi se sentó a escribirle a ese nuevo líder, el cardenal Jorge Mario Bergoglio, que en poco tiempo más pasaría a ser el Papa Francisco.

Tradicionalistas versus conservadores
La decisión en octubre de 2019 del Sínodo de Obispos de la Iglesia Católica de permitir la ordenación de hombres casados como sacerdotes en casos “excepcionales” colocó nuevamente en el centro de la escena un tema que es sin duda una de las cuestiones “grieta” dentro de la institución que comanda el Papa Francisco. Desde afuera, la contienda pareciera enfrentar, por un lado, a conservadores deseosos ante todo de mantener firmes las tradiciones de la Iglesia, a un sector más progresista, a la cual le preocupan más los problemas sociales y económicos, como así también reafianzar los lazos de la institución con la feligresía.
La reciente decisión del Papa Francisco de excluir completamente la posibilidad de ordenar sacerdotes casados, expresada en su Exhortación Apostólica “Querida Amazonia”, fue sentida como un paso atrás, una demostración de lo formidable que es la resistencia de los sectores conservadores dentro de la Iglesia a modificar esta regulación.
Si bien el Papa Emérito Benedicto XVI ya no cumple funciones oficiales dentro de la Iglesia, sigue funcionando como referente central de una facción que está enfrentada al Papa Francisco por una variedad de temas. Para botón de prueba basta ver la controversia de hace sólo unas semanas, cuando el obispo Robert Sarah publicó un libro en el que instaba a que no se modifique la imposición del celibato, y afirmó que el Benedicto era el coautor de este. El Papa Emérito negó que esto fuera así, y que sólo había contribuido un texto al libro.
Dentro de ese contexto, el celibato sacerdotal se erige como una suerte de campo de batalla por un motivo central, y es que no es algo inamovible. Dentro de la Iglesia Católica, es necesario distinguir entre dogmas y regulaciones. Los dogmas son considerados “cuestiones de fe”, mandatos y revelaciones divinos sobre los cuales la Iglesia no admite discusión. Que María era virgen antes, durante y después de la vida de Jesucristo es un dogma. Las regulaciones, por otra parte, son hechas por los hombres, y son decisiones que el Papa podría revocar o cambiar de un día para el otro si quisiera.

Una repuesta de puño y letra
Genovesi escribió su carta para el Papa Francisco de un tirón. Allí mencionaba su caso personal, y exponía la problemática más amplia de qué sucedía con los hombres que “vivían en los márgenes” de la Iglesia Católica. Consultó con un sacerdote y una religiosa católica respecto a la posibilidad de enviarla, y ambos lo alentaron a hacerla. Fue esta mujer la que le mencionó que un amigo iría al Vaticano, y podría entregar su carta junto a la de otros. La misiva viajó así hasta Roma.
Fue en las vacaciones de invierno de ese mismo año que, tras volver de un tiempo de misión en Salta, Genovesi se encontró con un sobre en su casa sin remitente despachado de Buenos Aires. Dentro de él había un sobre más pequeño dirigido a él, en donde había una carta de un remitente que vivía en la Ciudad del Vaticano de una sola letra: F. Al abrirla, Genovesi se encontró con una carta de puño y letra escrita por el Papa Francisco. Allí, luego de arrancar llamándolo “Querido hermano”, Francisco afirmó que había recibido su pedido “como un llamado de Dios a plantear el problema”, y que, si bien reconocía que no era una tarea sencilla, prometía “no archivarla”.
Luego de tantos desencuentros, la palabra de Francisco funcionó para Genovesi como una suerte de impulso. Se puso en contacto con otros exsacerdotes que están en una situación como la suya, en un intento por recolectar testimonios que hablen de esta realidad y responder al gesto del Papa. Fueron diez los que finalmente terminaron accediendo a contar lo que habían sido sus experiencias por fuera de la vida religiosa. Los testimonios de todos fueron compilados en un pequeño libro, llamado Querido hermano, que fue publicado por la Editorial Santa María en 2016.
Para Genovesi, la resistencia a discutir el celibato dentro de la Iglesia obedece a múltiples factores, desde los teológicos e ideológicos hasta los económicos y los de orientación sexual.
“Para el hombre común, que el sacerdote sea casado no es algo que escandalice. De hecho, sería lo más normal. Pero esto sólo sería algo posible para heterosexuales, ya que los homosexuales no serían libres de elegir su pareja, algo imposible de tolerar. Y el porcentaje de personas con esta orientación que están involucradas en la toma de decisiones no es menor”, explica.
“Hay que empezar a mirar la sexualidad humana con toda su amplitud y realidad. En general las iglesias han ahondado en el ámbito intelectual y emocional, pero tanto lo sexual y como de lo económico son dos asignaturas pendientes”, remata.
A pesar de la reciente negativa de Francisco a permitir la ordenación de sacerdotes casados, que ha sido recibido con gran frustración por quienes esperaban un cambio, Genovesi cree que está haciendo algo por la problemática, que es exponer una cuestión no menor que está invisibilizada. Según la organización italiana Vocatio que reúne exsacerdotes casados, tan solo en Italia hay alrededor de 5 mil miembros del clero casados que volverían a sus ministerios si se lo permitieran.
Desde 1970, la cantidad de sacerdotes ha decrecido un poco (de alrededor de 419 mil a 414 mil). Sin embargo, la cantidad de fieles católicos casi se ha duplicado, desde cerca de 650 millones de personas en 1970 a 1.220 millones en 2012.
"Si en un futuro este tema llegara a abordarse, sería sensato no albergar ideas de grandes cambios. Francisco es un líder carismático muy coherente en su estilo de conducción: sus afirmaciones personales siempre han tenido una característica de apertura a las voces del tiempo actual mientras que en los movimientos institucionales -de por sí lentos y complejos en una organización milenaria-, se ha mantenido en la forma clásica", comenta Genovesi, quien sin embargo remarca que la cuestión pasa por otro lado.
"La cuestión en sí es ésta: qué decisión voy a tomar yo. Recuerdo las palabras lúcidas y afectuosas que me dijo el canciller en 1993 al comenzar el trámite canónico para apartarme de las responsabilidades como sacerdote: 'Daniel, este proceso tiene sus tiempos; vos viví el ritmo de tu vida'. Cada institución tiene el derecho a tomar sus definiciones y decisiones y vive con sus consecuencias. Mientras tanto, la gente sigue con su vida", completó.
Para el actual obispo anglicano, un primer paso para echar luz sobre esta cuestión es desmitificar la cuestión. “El magisterio ha dejado muy en claro que el celibato no es un elemento esencial al sacerdocio. Fue una medida puntual tomada en un momento dado, que se puede cambiar. No hay que dar respuestas místicas a la organización práctica de la comunidad. La mística es la experiencia personal con Dios; la organización del trabajo responde a otros elementos de realidad”, finaliza.


Publicado por Diario Clarin en la sección El Mundo