Recorre el mundo para dar charlas y talleres. Convoca a miles que quieren saber cómo trabajar para unir el cielo y la tierra, una de las máximas que rige los pasos de este muchacho nacido en Venado Tuerto.
Matías De Stefano habla de sus vidas pasadas. De la misión de los seres humanos en el planeta. De las energías, de sus visiones del futuro, de la vida eterna. Ya no lo inquieta que no le crean. “Si de algo estoy muy seguro es que no vine a convencer a nadie”, explica. Cuenta que fue integrante de una familia nórdica hace 900 años y, 12 mil años atrás, una mujer en El Nilo. Explica las dificultades que atravesó en el colegio y en su infancia en ésta, la que podría definirse como su vida actual. Docentes, compañeros o profesionales que sugerían que lo aquejaba una enfermedad mental o, cuanto menos, que tenía una personalidad rara. Muchas veces se convertía en el blanco perfecto para lo que todavía, en aquella época, no se llamaba bullying.
Hoy, con 32 años, De Stefano recorre el mundo para ofrecer charlas, conferencias y talleres. Organiza actividades que convocan a miles que quieren saber cómo trabajar para unir el cielo y la tierra, una de las máximas que rige los pasos de este muchacho nacido en Venado Tuerto, Santa Fe.
Un profesor universitario que lo ayudó a ordenar sus ideas en la adolescencia llegó a la conclusión de que se trataba de un niño índigo, aquellos que algunas corrientes de pensamiento creen elevados espiritualmente, con mayor creatividad y sensibilidad, imaginativos, intuitivos, capaces de ver el futuro, de saber qué le sucede a los otros, de nacer con conocimientos adquiridos. Una categoría que los escépticos, ubicados en la vereda contraria, dicen no tiene evidencia científica. “No pierdo tiempo en tratar de desmentir nada”, aclara De Stefano a Clarín.
Su vida está llena de hitos fantásticos, lo que interesó a la división Latinoamérica de la compañía Disney. Un documental con sus recorridas por el mundo llegó al cine y se estrenó en salas de Estados Unidos y de Argentina. En diciembre se incluyó en la grilla de la señal National Geographic. “Fue muy raro todo eso”, acepta.
El registro fue titulado “El recordador”, una de las formas en que lo definen en distintos lugares del mundo. La compañía Antártica Films planea hacer una serie de ficción basada en los relatos del joven y una película. El documental fue preseleccionado para competir en los premios Oscar de este año.
De Stefano está sentado en un sillón de la Fundación Arsayan, que creó en 2015 y cuya única sede está en Venado Tuerto. Tiene el pelo corto, la barba prolija. Los ojos verdes profundos. Remera negra y jeans. Botas marrones, sin medias. El perfil de cualquier joven que un rato más tarde se encontrará con amigos o disfrutará de la música en un boliche bailable. Alrededor de él globos terráqueos, la Cruz del Sur invertida, el cuadro de una diosa que representa la energía de la tierra.
No todo es tan elevado en su vida. También hay espacio para lo mundano: las series de Netflix, la paella o la fideuá como comidas favoritas, la música pop, los programas de humor. El fútbol no. O sí, sólo como parte de una teoría por la cual dos equipos con once --un número central para la espiritualidad-- jugadores por lado, con un esférico en el medio, ocultan “una clave que mantiene la consciencia del mundo constantemente activa”. Un razonamiento que describe con pasión pero que, sin embargo, no pesa tanto como para que simpatice por algún club. “No, para nada. Yo soy de la pelota”, dice entre risas.

-¿Cómo te definirías?
-Estudié psicopedagogía. No terminé la carrera. Pero me dedico a educar en diferentes conceptos. Educo para que se entienda el contexto por el cual existimos. No significa que tenga todas las respuestas, porque claramente no las tengo. Mi intención es que se entienda por qué la tierra existe, el propósito de países y continentes. Ver la historia perdida, saber qué pasó hace miles de años para entender nuestro proceso histórico hoy. Yo me considero un educador porque lo que hago es proponer que cada uno sienta lo que tiene que hacer.
Cuando era chico veía el mundo de otra manera. No comprendía el sistema escolar o las emociones que atravesaban a otras personas. Sobrevivió haciéndole creer a todos que aceptaba las normas convencionales. “Básicamente fue como jugar el juego”, dice. Su familia lo apoyó siempre. “Nunca me juzgaron o me dijeron que no hable, que reprima cosas”, recuerda.
Desde que tiene uso de razón, según cuenta, veía y sentía entidades y seres que lo educaban en diferentes aspectos. Dibujaba jeroglíficos antiguos, hablaba de temas que aún no había aprendido en el colegio. “A los 12 años ellos me dijeron: la semana que viene vas a empezar a recordar”. Comenzaron los dolores de cabeza intensos y con ellos llegaron “recuerdos e imágenes, un popurrí de cosas desordenadas, de datos e información que no tenían ningún sentido”. Eso se detuvo recién a los 19. En ese momento, con la ayuda de aquel profesor universitario al que lo derivaron después de un derrotero de visitas a psicólogos y psiquiatras, empezó a ordenar su rompecabezas.

-¿Cómo te mostraban esos recuerdos de tus vidas pasadas?
-Eran diferentes momentos históricos en este planeta y en otros. Pero son dos las vidas que más recuerdo porque son las que mi cerebro interpreta y son las más útiles para mí hoy. Es como la memoria selectiva. Hace 900 años nací en una familia de herreros, cerca de lo que hoy es Stavanger, en el sur de Noruega. Fuimos forzados a luchar en Suecia por un rey del momento que quería unificar todos los países nórdicos. Nos llevaron con 17, 18 años, y yo me escapé. Fue una deshonra para la familia. Me exiliaron y terminé en un convento. Me convertí en monje y por las cruzadas terminé en Jerusalén. Morí de tuberculosis. Esa me ayudó a entender lo que es focalizarse en un propósito. Cuando uno tiene una idea hay que hacer todo lo posible y no rendirse.

-Y en la otra vida que recordás y te marcó, ¿quién eras?
-Es la que le da sentido a todo lo que hago hoy. En ese momento era mujer. Era un matriarcado. Una colonia en lo que hoy llamamos Atlántida. Se estaban fundando las bases de lo que cinco mil años después sería Egipto. Esa vida es la que me enseñó a entender nuestro rol como civilización. A trabajar en la tierra como parte del sistema biológico del planeta, a entender que el planeta es como un ser vivo que piensa.

La secundaria la terminó en España, donde vivió durante algunos años. Regresó a los 19 años para estudiar psicopedagogía. Quería ayudar a los pequeños que pasaron por lo mismo que él. “Me voy a poner al servicio de ellos”, pensó. Un día lo invitaron a un congreso de educación “diferente, nueva”. Explicó su visión del tema y cautivó a la audiencia. Lo invitaron para que dicte nuevas charlas. Y a grabar un video que se viralizó. La pelota ya no se detuvo.
Lo llamaban de Chile, de Brasil, de México y de España para disertar. En noviembre de 2011 surge la idea de organizar un encuentro “Por el despertar de la conciencia” en Capilla del Monte, Córdoba. Aunque esperaban a 400 personas finalmente llegan 6 mil de 23 países. “Eso fue como una catapulta para una misión posterior que era algo que desde los 13 años yo sabía que tenía que hacer: hablar con mucha gente y viajar por el mundo”, explica.
El paso siguiente fue iniciar un camino de reconocimiento histórico y activación de la conciencia planetaria. En 2012 visitó todos los continentes recorriendo lo que llama “los chakras del planeta”. Llegó a 40 países, dejando el mensaje de una civilización que debe alinearse a la evolución de los planetas. El recorrido se inició en Las Islas Canarias y terminó en la Antártida. El mes próximo inicia la segunda parte de aquella expedición.
“Iré a 32 puntos del planeta. Voy a hacer un viaje explicándole a la gente cómo funciona el planeta como un órgano vivo. Es el viaje denominado ‘Yo soy’. Empieza el 2 de febrero, en El Cairo, y termina el 22 de febrero de 2022, en la Antártida”, detalla. Irá a lugares remotos y a algunas ciudades conocidas. Nada elegido al azar. Son los puntos energéticos que conectan a la Tierra, según explica. El Polo Norte y Múrmansk, en Rusia. Siberia, Hokkaido, Hawai y Alaska. Arizona, Antillas, Quebec, Santo Tomé y Príncipe, Lesotho, Seychelles, Isla Tristán de Acuña, el Mar de Ross y el Polo Sur, entre otros lugares. “Para la financiación me va a ayudar una productora de Estados Unidos que trabaja estos temas. Voy solo, cámara en mano, registrando, filmando, haciendo ciertas meditaciones”, proyecta.

-Explicaste que podés ver el pasado y el futuro o percibir la energía de la gente. ¿Cómo trabajás con información que duele, que pesa?
-Lo que fui aprendiendo con los años es a desprenderme emocionalmente. Es una cosa a trabajar todo el tiempo. Es difícil. Pero básicamente aprendí a decir que lo que pasó, para mí, ya pasó. Aprendí eso: a que básicamente me importe poco para que no me afecte.

-¿Y cómo te llevás con los que no te creen, con quienes son escépticos?
-Hago lo que me toca hacer y no he venido a tratar de hacer que los otros me crean. Si de algo estoy seguro es que no vine a convencer a nadie. Como una persona que siente que tiene que tocar el piano y hace todo para eso. Toca mal, le molesta a los otros… bueno, no es mi problema, no me escuches. No tengo la intención de que todos escuchen mi canción. Sé que hay mucha gente que necesita escucharla y entonces esa gente la puede escuchar, está ahí. El escepticismo para mí es la falta de conocimiento o de prejuzgar antes de tiempo. Básicamente no me afecta si me creen o no.

-Si vas a un hotel y tenés que consignar tu profesión para registrarte, ¿qué escribís?
-Si tengo que ir a un hotel o hacer la visa obviamente que pongo educador. Sino tengo que dar un montón de explicaciones metafísicas que en ese momento no vienen al caso. Igual la primera visa que hice en Estados Unidos expliqué que iba ahí porque el chakra laríngeo del planeta estaba ahí y tenía que trabajar sobre tres lagos para poder activar la voz del planeta. El de la visa me dijo: ‘No sé porqué, pero te la voy a dar igual’. La mayoría de las veces he hecho todo sin mentir. Y siempre con la verdad nos han abierto las puertas del Vaticano o del Gólgota, de un montón de lugares del mundo. Por eso cuando me piden una profesión o que me describa digo eso: recordador o educador.


Por Mauro Aguilar - Clarin
Fotos: Juan José García