Aberturas Aluminar

El reconocido periodista de policiales, Ricardo Canaletti, rescató la increíble historia de Viernes Scardulla, quien dijo que en Pergamino encontró el tesoro del Virrey Sobremonte. Luego de un gran revuelo nacional se reveló la mentira y Viernes quedó marcado como el "mentiros número uno del país". Este particular personaje vivió en Venado Tuerto.
A continuación la nota de Ricardo Canaletti para TN:

El virrey Sobremonte, cien kilos de oro y Viernes Scardulla, el mentiroso público número uno
En 1938, un hombre revolucionó a las autoridades y a la opinión pública: reveló que había encontrado en Pergamino tres cofres con el mítico tesoro escondido durante la primera invasión inglesa.
Un viernes, un señor llamado Viernes llegó al Departamento de Policía. Era el invierno de 1938. Lucía un largo sobretodo gris con la solapa levantada y un sombrero de ala ancha que parecía más grande sobre su cara afilada. Comenzó a contar una historia fabulosa que había empezado 132 años antes.
Viernes Scardulla, tal el apellido de Viernes, dijo que en un paraje de Pergamino, mientras caminaba con unos amigos y con su primo Santiago Trucco hacia el arroyo Las Garzas para darse un chapuzón, se apartó por un momento del grupo y caminó solo hasta el campo “La Blanquita”. Iba por aquí y por allá hasta que pateó algo duro. Bajó la vista y vio un pedazo de mampostería. No había ningún punto de referencia a su alrededor pero le aseguró a los policías que podía identificar el lugar sin problemas. Que levantó ese pedazo de mampostería y vio la entrada a un túnel, se metió y allí había tres cofres que contenían un tesoro, el tesoro que el virrey Sobremonte había escondido cuando los ingleses invadieron por primera vez la ciudad de Buenos Aires.

El misterio de los tres cofres
Frente a los boquiabiertos policías de Defraudaciones y Estafas, oficina donde Viernes había concurrido a contar su historia, el denunciante describió que en el interior de esos tres viejos arcones había treinta y tres kilos de piedras preciosas y unos cien kilos de oro.
El descubrimiento no había ocurrido ese año de 1938 sino en 1935. Aclaró que no supo de entrada qué contenían los cofres porque al momento del descubrimiento no pudo abrirlos. Fatigosamente y en varios viajes los sacó del túnel y los escondió en el sótano de su casa de la calle Moreno 1373 de la ciudad de Venado Tuerto, en Santa Fe, a poco más de ciento cuarenta y cuatro kilómetros de Pergamino, en la provincia de Buenos Aires. Al fin, con mucho trabajo, pudo abrirlos y maravillarse frente a su contenido, nada menos que la fortuna que había en Buenos Aires en aquella lejana época.
Debido a que no sabía qué hacer con esa riqueza, prosiguió Viernes, se comunicó por carta con el Senado de la Nación hasta que recibió una respuesta firmada por un tal Dr. Roque Monti, funcionario del Senado, que lo convenció para que trajera los cofres a la Capital Federal. Viernes agregó que ese “Dr. Monti” le dijo que al descubridor de un tesoro le correspondía una parte, según las leyes argentinas.
Fue así como le prometió que le darían treinta mil pesos, muchísima plata si se tiene en cuenta que en 1938 el alquiler de dos ambientes en Barrio Norte valía ciento cuarenta pesos o que con algo más de trescientos pesos se compraban cien dólares.
Cada vez había más policías reunidos en la oficina de Defraudaciones y Estafas escuchando la denuncia de este particular personaje. Resultó ser, prosiguió Viernes, que él le entregó el tesoro a Monti, aunque no dijo si lo fueron a buscar a Venado Tuerto o si él lo trasladó hasta la Capital (¡¿Cómo habría hecho?!). El asunto es que volvió a su ciudad confiado en que le pagarían lo que correspondía en estos casos pero los meses pasaron sin que hubiera novedades, hasta que se decidió a realizar la denuncia.

Sobremonte, el revuelo mediático y el anillo
Bastó un chasquido de dedos para que la noticia llegara a los periódicos y causara una sacudida en el público. Se había descubierto el tesoro escondido por el virrey Sobremonte. Las fotografías de su descubridor se repetían por todos lados. Un semanario llamado Ahora, captó rápidamente la ansiedad general y salió a la calle a preguntar, no ya: “¿Dónde hay un mango?”, interrogación recurrente desde hacía años frente a la “mishiadura” general, estampada en 1933 en el tango escrito por Ivo Pelay con música de Francisco Canaro, sino: “¿Qué hubiera hecho usted si descubría el tesoro de Sobremonte!”, o, lo que era lo mismo: “¿Qué haría usted con tanta plata?”.
La cuestión que debatían todos era la necesidad de recuperar el tesoro, recompensar a Viernes y hallar a los culpables que lo habían engañado. El viernes que Viernes hizo la presentación en la Policía fue 5 de agosto. Al día siguiente, detuvieron sin demasiado esfuerzo al presunto estafador. El “Dr. Roque Monti” resultó ser Carlos Valdivieso, de 52 años, chileno, con falso título de abogado argentino, cuya ficha policial decía que se dedicaba al corretaje de celofán y contenía, además, una lista de varios hechos de estafa. Lo mandaron a la alcaidía del Departamento Central de Policía.
El domingo, Valdivieso pidió ir al baño. Un agente lo acompañó. Al dirigirse de regreso a su celda, el policía lo volvió a tomar el brazo pero esta vez Valdivieso se zafó, lo empujó, salió corriendo, se subió a una barandilla que daba a un patio trasero y amenazó con tirarse. Estaban en el segundo piso. No había posibilidad alguna de escapar, es decir que Valdivieso hablaba en serio cuando amenazaba con arrojarse. Otro agente pegó un salto y agarró al chileno del saco y de los pelos pero se quedó con tres botones del saco en su mano. Valdivieso, más corpulento, se tiró nomás y su cabeza se estrelló contra el suelo desde quince metros de altura aproximadamente. No murió en el acto sino que agonizó algunas horas luego de ingresar al hospital.
Estos acontecimientos no hicieron más que robustecer la creencia de que el pobre Viernes Scardulla era un pobre provinciano del cual se habían aprovechado, que cayó en manos de un vivillo de la Capital, de uno o de más de un estafador. En una de las manos de Valdivieso encontraron un anillo de oro que, de acuerdo a los expertos, había sido elaborado con una técnica muy antigua. Todos entendieron que era de la época de la colonia, es decir de las invasiones inglesas. Cuando se conoció esta noticia Scardulla comenzó a hablar de un complot mucho mayor. Ya no solamente acusó al Senado sino también al presidente de la Nación, Roberto Ortiz, y al vicepresidente Ramón Castillo.

Viernes, curandero y jugador
Hasta los diecisiete años Viernes había recogido maiz en Estación Carmen. En 1920 se fue a la vecina Venado Tuerto. Ya estaba casado con María Trucco, que era miembro de una conocida familia de Estación Carmen. En Venado Tuerto puso una despensa que solamente vendía porotos y fideos y, además, se ganaba la vida con las consultas que le hacían los vecinos sobre los más variados cuestiones. La razón era que, según los rumores que circulaban, Viernes tenía una muy buena relación con la Virgen de Luján, versión que, naturalmente, hizo correr el propio Viernes.
Su fama de curandero le permitió engrosar la clientela de la despensa y hasta le permitió abastecerse y vender otros productos además de los porotos y los fideos. Con sus ahorros compró caballos de carrera que, no obstante, no le hicieron ganar ninguna carrera en la región. Más fortuna tuvo desde que se hiciera cargo del comité radical. Entonces pudo cambiar varias veces de automóvil y dedicarle más tiempo a su verdadera pasión, el juego. Con este asunto de las apuestas, de los naipes, los dados o la competición que fuera, no tuvo mucha suerte. Le daban crédito para jugar, eso sí… El decía que tenía, gracias a la Virgen, un ahorro de 100.000 pesos en el banco de Luján con el cual cubrir los préstamos y los intereses.
Lo cierto es que le debía a cada santo una vela y para cada uno tenía un cuento que ofrecer que estiraba los plazos de vencimiento de las deudas. Le debía a la hermana, a su cuñado, bah, a toda su familia. En Venado Tuerto, decían que Viernes tenía mucho talento, que era gran hablador y un gran protagonista de situaciones extrañas, equívocas o inverosímiles. Cuando lo vieron en los diarios como el descubridor del tesoro del virrey Sobremonte, pues, la gente de su ciudad andaba con sentimientos de resignación por un lado pero también de alivio. ¿Por qué alivio? Porque, comentaban, por una vez al menos debían aguantarlo los porteños, esos que decían que se las sabían todas.

La búsqueda del tesoro y una cita en Pergamino
El lunes 8 de agosto, una patrulla iría hasta Pergamino junto con Viernes para verificar el lugar del hallazgo del tesoro. No sea cosa que en lugar de tres arcones Sobremonte hubiera enviado más. Los periodistas se trasladaron también y el viaje fue de los acontecimientos más comentados de la época. Ese mismo lunes era difícil medir qué noticia tenía más extensión, si la victoria de River por 3 a 2 contra Racing, en Avellaneda, o la travesía en busca del tesoro o, mejor dicho, de su escondite.
La primera señal de que algo raro pasaba con Scardulla la tuvieron los policías de la Capital cuando vieron la cara de asombro o incredulidad del jefe de policía de Pergamino, Alfredo Lastra Hamilton. Este hombre no sabía cómo comportarse frente a sus colegas, es decir se debatía entre decirles qué clase de persona era Viernes o callarse la boca y seguirles la corriente para que se dieran cuenta ellos solos de los singulares escenarios que Viernes era capaz de crear.
No se trataba de que Lastra Hamilton conociera mucho de historia argentina sino que conocía muy bien a Viernes. Pero el policía local, aunque tuvo ganas, según confesaría luego, de pedir instrucciones a la jefatura de La Plata, se quedó en el molde y jamás se permitió una sola mueca frente a los de la Capital. La expedición partiría al día siguiente hacia la estancia “La Blanquita” para que Viernes les mostrara dónde había hallado el tesoro.
Mientras la comitiva se encontraba en el campo, caminando trabajosamente, en la ciudad se presentó un hombre llamado Pedro Bonfanti, de oficio herrero. Fue a la policía pues quería declarar. Aseguró que en 1935, había confeccionado, por encargo de Viernes Scardulla, unos cofres, a los que llenó con hierros viejos y soldó. Mientras Bonfanti declaraba, el grupo que salió a buscar el escondite del tesoro había caminado ya más de mil metros con mucho fastidio y ningún resultado. En un momento, el propio Scardulla se dio cuenta que algo debía hacer y anunció que le parecía haber reconocido aquel lugar donde pateó mampostería. Pero no, no era ese lugar.
Habían pasado algo más de dos horas y los policías y los periodistas estaban cansados y furiosos. Decidieron dar por terminada la búsqueda por ese día y regresar a la jefatura de Policía de Pergamino. Para sorpresa de Viernes, allí estaba el herrero Bonfanti. Pero también estaba su cuñado Santiago Trucco, que según Viernes lo había ayudado a desenterrar el tesoro. Trucco dijo que no sabía de qué hablaba Viernes, que él no había ayudado a desenterrar ningún tesoro. Al quedar descubierta su mentira, Viernes hizo un solo gesto: con dos dedos se restregó los ojos. Quedó preso y en esa condición regresó a Buenos Aires con los mismos policías que habían ido hasta Pergamino. Ya se hablaba de “el mentiroso público número uno”.

Las deudas de viernes
Viernes dio diferentes versiones sobre la razón de su falsa denuncia. Una de ella fue que con la mentira del tesoro de Sobremonte aspiraba a obtener créditos y préstamos para pagar sus numerosas deudas de juego. A su suegra, le debía dieciséis mil pesos; a uno de sus cuñados, dos mil ochocientos; al matrimonio Busqueta, unos amigos, diez mil cuatrocientos; y a Silvestre Brétoli, cuarenta y siete mil pesos. Contó cómo se había relacionado con el estafador Valdivieso, el que se suicidó en el Departamento de Policía. Resulta que para obtener el indulto o la conmutación de pena de su primo, José Dino, condenado a catorce años de prisión por homicidio, malandras de Pergamino le alcanzaron el nombre de Valdivieso. El estafador chileno le pidió dieciséis mil pesos para obtener la libertad de su primo y ahí terminó el trato.
A Viernes, lo acusaron de falsa denuncia, falso testimonio y ejercicio ilegal de la medicina. Recibió cuatro años de cárcel. Cuando salió volvió a Venado Tuerto. Con alguna ginebra de más y entre amigos, solía decir, acerca de la historia del tesoro de Sobremonte: “Lamento no haber hecho más lindo el cuento” o “Bah, hice todo esto para que mi nombre resonara en el mundo”.
Volvió a desempeñarse como curandero, a criar caballos y a organizar cuadreras. Viernes se perdió en el tiempo hasta que reapareció treinta y tres años después. Era 1971 y estaba en la provincia de San Luis amenazando con publicar sus memorias. Insistió, tanto tiempo después, que de verdad había encontrado el tesoro de Sobremonte. También, que contaría en su libro acerca de sus poderes telepáticos. Las memorias de Scardulla jamás fueron publicadas.

El verdadero destino del tesoro del virrey Sobremonte
En 1806, apenas tomada la ciudad de Buenos Aires, los ingleses no perdieron tiempo cuando vieron que no había quedado ni una sola moneda en las arcas reales. El brigadier William Carr Beresford amenazó con confiscar los bienes de todos los vecinos y los buques propiedad de los particulares sino le decían dónde estaba el tesoro del virrey.
La fortuna estaba guardada en los depósitos del cabildo de Luján. Sobremonte dio la orden de entregarla al invasor. El ministro de la Real Hacienda, un estafador, contrabandista y traidor a la corona española llamado Félix Casamayor, que terminó siendo confidente de Beresford, acompañó a un destacamento inglés hasta Luján. Llegaron a la medianoche del 30 de junio y se apoderaron de los valores. Algunas piezas se usaron para los gastos de la tropa inglesa en Buenos Aires; el resto se envió a Londres.
El tesoro desfiló por las calles de la capital del imperio británico junto con las banderas capturadas. Se lo convirtió en libras esterlinas y se realizaron las deducciones correspondientes a la corona. El resto se repartió entre los oficiales y jefes que habían participado de la expedición al Río de la Plata. El comodoro Home Riggs Popham recibió siete mil libras. Beresford más de once mil y el mayor general sir David Baird veinticuatro mil. Cada uno pudo comprarse una casa con parte del dinero recibido.