Aberturas Aluminar

En la sección "Apuntes de Viaje" del Diario Perfil la escritora Selva Almada escribió una interesante columna de su paso por nuestra ciudad. A continuación la nota publicada en el prestigioso medio nacional.

UN VENADO
Hace unos días fui a Venado Tuerto, una ciudad al sur de Santa Fe. Cuando íbamos llegando vimos algunos carteles que decían: “Cuna de la Marcha de San Lorenzo”. Pensé que iba a averiguar qué quería decir, aunque imaginé que la canción se habría creado allí, y pensé que también iba a preguntar por qué se llama Venado Tuerto. A la noche la compañera del dueño de un almacén de cervezas adonde recalamos con unos amigos rosarinos, nacida y criada en la ciudad, me contó que había varias versiones acerca del nombre. Coincidimos en que la más linda era la de un venado que aparecía en el poblado cada vez que se acercaba un malón. A su manera el animal parecía advertirles a los blancos. No me gustó tanto esa parte… ¿después de todo no era el venado tan de esa tierra como los indios? ¿Por qué los traicionaba? Quizá porque si no terminaría en el asador. Supervivencia. El caso es que una de esas veces, la última, el venado fue alcanzado por una flecha en un ojo. Herido, el bicho se las arregló para llegar y avisarles a sus amigos blancos que se venía la indiada. La historia del nombre de la ciudad es más literal de lo que yo esperaba, pero no está mal. Por lo menos no se lo debe a un militar. Quizá por las cervezas que tomamos esa noche, por la cumbia del monte de Santo Remedio, un grupo al que fuimos a escuchar después, o porque mi estadía fue muy breve me olvidé de la Marcha de San Lorenzo. Hasta hoy. Busco en internet.

El autor de la música se llamaba Cayetano Silva, era uruguayo y se había afincado en Venado Tuerto en la época por la que escribió la partitura, alrededor de 1901. Justo en una semana donde hubo una polémica en las redes acerca del aniquilamiento de los negros en Argentina (un posteo de Facebook de un canadiense que se preguntó por qué no hay jugadores negros en la Selección desató el escándalo), leo que Silva era hijo de una esclava negra; si miramos su retrato es evidente que es mulato. A pesar de haber sido un músico excepcional, habiendo escrito una de las canciones patrias más cantadas y reconocidas, habiendo escrito otras marchas para el ejército y la policía, cuando murió la policía de Rosario se negó a enterrarlo en el panteón de la fuerza por ser negro. De alguna manera la biografía de Silva viene a responderle al canadiense.

Cuando volví a Buenos Aires leí una noticia sobre Venado Tuerto que me impresionó muchísimo: una mujer había sido rescatada luego de permanecer veinte años encadenada a su cama, en su propia casa, primero por su padre y cuando el padre murió, por sus hermanos. El delito de la mujer, ahora de 42 años, había sido ponerse de novia cuando tenía veintipico. No me acostumbro a la cantidad de horrores que pueden estar pasando al lado mío y yo no me entero.

No estuve mucho en la ciudad así que no podría decir si es linda o fea. Las personas que conocí en esas pocas horas sí me parecieron hermosas.

A la vuelta, la ruta a Buenos Aires erosionada de silos enormísimos, plateados, brillantes bajo el sol invernal. Como fotogramas de una película de ciencia ficción de los años 40. Frente a uno de estos complejos, grandes carteles rezaban: “No arroje basura. A esta banquina la limpia Monsanto”. Qué absurdo. Vale más una banquina, un pedazo de tierra al borde del asfalto que la vida de Ailén, la adolescente de 18 años que murió hace unos días en Urdinarrain, uno de los lugares más contaminados por el uso de agroquímicos en todo el planeta. Murió de cáncer, como muchos otros chicos de la zona en los últimos años. Pero Monsanto limpia las banquinas de la patria.